¿Quienes son los darcángeles?


En ocasiones es difícil ver todo lo que nos rodea y es en el resto de sentidos, o quizás en la intuición, sobre los que recae el peso de descubrir lo que permanece oculto. Pero si haces la prueba, cierras los ojos durante unos segundos y miras más allá de lo que se percibe a simple vista, sentirás que ni la intimidad de tu habitación, ni la de ese asiento de autobús que avanza sorteando el tráfico mientras te embarcas entre estas páginas, son completas.
Tampoco la encuentras en ese vagón de tren que te lleva al trabajo o a casa, después de toda una agotadora jornada y del cual, aún habiéndose bajado tanta gente con actitud indiferente  para dejarte en la más absoluta soledad humana, no conseguirías librarte de su discreta presencia.
Puede que si la ciudad entera se vaciase de vida, tus ojos servirían realmente para ver más allá de lo evidente y te sorprendería descubrir quién es tu, hasta ahora, inadvertida compañía.
Les conoces.
Desde la más tierna infancia has sabido que uno en particular vela por ti cuando rezas pidiendo su protección. Y aunque poco a poco has ido perdiendo la fe en que te escuche, siempre lo ha hecho. Siempre ha estado ahí para ti. Naces con él ya asignado y, si no falla en su cometido, mueres en sus brazos confiando en que te lleve al Paraíso que esperas merecer.
A los seres humanos, como privilegiados de la Creación, nos cuesta abrir los ojos y reparar en lo que queda fuera de nosotros mismos, sobre todo cuando ello implica deshacernos de esa pesada venda de vanidad que habitualmente nos ciega.
Nos consideramos prácticamente perfectos aunque, por falsa humildad, casi nunca lleguemos a admitirlo. Pero de lo que sí estamos seguros es de que aquél que nos protege, y cuya existencia sólo reconocemos cuando recuperamos la voluble fe que nos caracteriza, sí roza la perfección divina del que le creó y que, egoístamente, le exigimos que posea.
Y así es, o por lo menos lo sería, si esas criaturas celestiales no fuesen tan imperfectas como lo somos nosotros mismos, sus protegidos.
Desde que Kasbeel —el precursor y más conocido de ellos— sucumbió al pecado en el principio de los tiempos, cayendo finalmente derrotado bajo la mano del arcángel Miguel, muchos fueron los que le siguieron tentados por la envidia y la lujuria, encabezados en su revuelta por Azazel y Turel.
A las órdenes de Samyaza, como líder de la rebelión de los ángeles, formaron los doscientos Grigori —o Vigilantes—  y encarnaron el primer mal que sacudiría al mundo en los inicios de su existencia.
La mayoría de esos ángeles rebeldes fueron vencidos por los Ejércitos Celestiales que, guiados por la firme mano de su comandante, salieron victoriosos en aquel  desafío acaecido en los albores de nuestra era.
Pero el Creador juzgó que la libertad que quería proporcionar a sus hijos predilectos implicaba permitir que la tentación les sedujera, tal y como su propia carne la sufriría en el desierto. Así fue que perdonó a los rebeldes y dictaminó que los Vigilantes que habían sobrevivido a su aniquilación tendrían un lugar y una función como seductores de hombres.
Del mismo modo, los ángeles que a partir de entonces cayeran en pecado pasarían a formar parte también de dicha sociedad, denominada Darcángeles. Dicho grupo estaría regido por el Tribunal y presidido por Adramelech, un Vigilante indultado ante quien el resto de darcángeles tendrían que rendir cuentas de sus actos en su vida terrenal.
Desde entonces, ángeles y darcángeles han sido conscientes de su mutua dependencia para equilibrar la balanza entre el bien y el mal. Y como piezas fundamentales de éste ajedrez celestial juegan en el tablero divino, donde las alas negras asumen llevar las de perder.
            Si ahora cierras los ojos de nuevo, probablemente no percibas nada más que un ligero incremento de tu pulso y una extraña sensación de compañía de la que desconfiar. Es normal. Pero no dudes que acudirás a él, a tu ángel, cuando la tentación vaya a buscarte...
...O quizás decidas no hacerlo, todo depende de cuánto desees caer en sus seductores brazos.