2 de diciembre de 2011

diario de un ángel II

Percibía el frío del metal en mi mano derecha. Era perfecto. La mejor sensación que pudiera desear un ángel ejecutor.

Ajusté cada dedo al mango de la espada que me acompañaba en cada día de mi existencia mientras notaba el peso de su igual colgada en mi espalda, entre las alas. En breve ambas se enfrentarían en duelo; una en mi nombre, la otra empuñada por el darcángel que había solicitado el sacrifio y al cual yo iba a complacer.

Sonreí satisfecho. No había podido hacerlo cuando Miguel, presidiendo la reunión de los arcángeles, me asignó la ejecución de este caído porque hubiera supuesto una falta de respeto, pero todos los Ejecutores recibíamos con agrado el encargo de mandar a un ángel pecador al paraíso, aunque realmente pensaramos que no merecían ese regalo del descanso eterno.

Encontré con facilidad a mi oponente y lo primero que me ofreció fue una fría mirada que le delató. Él era perfectamente consciente de que sería la última vez que nos veríamos y, de pronto, me pareció tan poca cosa que hasta sentí algo de lástima por la débil oposición que supondría para mí. Los ángeles perdían la mayor parte de su poder cuando se convertían en darcángeles y el momento del duelo con un ángel como yo era un enfrentamiento en desiguales condiciones.

No duraría más de un asalto. No iba a haber tiempo para intercabiar palabra alguna... y eso me defraudaba antes incluso de empezar. Me daba pereza dejar salir al Exterminador, al asesino que dormía en el interior de algunos ángeles como yo y que escapaba a nuestro control cuando se apoderaba de nuestras acciones.

No había posibilidad alguna para él.

Los dos lo sabíamos y el juego estaba a punto de empezar.

Le lancé el arma que llevaba en la esplada e hice girar una par de veces la mia rotando hábilmente la mano. Presumir un poco no estaba del todo prohibido para nosotros.

En cuanto el futuro sacrificado afianzó en acero en su mano, lancé el primer ataque que culminó el Exterminador; la transformación fue inmediatada y el darcángel pagó las consecuencias cayendo redondo en el suelo. Demasiado fácil. Miré el metal manchado de sangre de darcángel y la limpié en la ropa del pobre desdichado. Él intentó lanzar un primer y último ataque desesperado. Ridículo.

Tuve que hacerle el favor matarle en ese mismo momento. Directo al paraíso. Sin remordimientos porque adoraba mi trabajo de acabar con la escoria de los ángeles que habían caído en pecado.

Recogí la espada cuando el cuerpo inerte del darcángel desapareció, la devolví a su sitio en mi espalda y me esfumé, allí ya no había nada más que hacer.

1 comentario:

  1. Ay, Caliel... Tanta justicia divina en ese fabuloso cuerpo tuyo se te volverá contra ti un día de estos...
    No, no es que sea bruja, es lógica femenina pura y dura, guapo.

    ResponderEliminar